Tuesday, March 20, 2007

la carta

El caminó hasta mí en silencio. Me dió la nota y se fue, tan silenciosamente como vino y sin mirar atrás se alejo para siempre.

La sorpresa fue reina por un instante. Apenas recordaba a este personaje que con seriedad tal me abría la puerta hacia una realidad paralela totalmente insospechada. Era una carta; la nota era una carta y no una carta cualquiera sinó una carta de amor. Perpleja leí como si se tratara de un acertijo escrito en chino o en algún otro idioma así de incomprensible para mí, hecho bastante real si tomamos en cuenta que la letra de Charly Boy era bastante fuera de lo común; pero es que estaba tan estupefacta, petrificada ante la noticia de que hace tiempo formaba parte de las fantasías románticas de un amigo de mis amigos, que leía y releía sin entender…de pronto sonreí, un racconto de sucesos se agolpaba en mi memoria y poco a poco se aclaró todo en mi mente.

Fue hace meses. El vino en busca de los Ego; ese era el nombre de fantasía de aquella tropa de individuos con peinados y ropas raras con los que yo pasaba tardes y tardes riendo y bebiendo gin, mis amigos. Los Ego no estaban y Las Encinas era un sitio ideal para perderse y pasar la tarde, una burbuja en el tiempo donde todos podíamos escondernos del mundo arrullados por el canto de los pájaros y la sombra de los árboles.

Era un día perfecto, primaveral y soleado. Después de un esquivo saludo vencimos la timidez propia de dos perfectos desconocidos y sin darnos cuenta comenzamos a conversar de todo mientras recogíamos nueces y caminábamos pisando las hojas secas. El me habló de sus sueños, de sus fantasías, de un montón de sucesos que ahora no recuerdo y yo sonreía, divertida con sus cuentos … pasó la tarde sin darnos cuenta y el sol teñía de rojo el horizonte señalando la hora de volver al mundo, a los quehaceres, era el momento de retornar a casa. Era un tiempo de nuestras vidas en que abrir el corazón a un extraño no era raro, era cotidiano entablar charlas eternas y soñar despiertos, por lo menos para mí. Siempre ha sido un deleite escuchar y compartir, aunque actualmente ya no soy una adolescente sigue siendo un placer privilegiado en mi agenda prestar oídos, mente y corazón a quién quiera develar sentimientos; sin embargo ahora que paso los treinta debo decir que ya no es tan común que mis contemporáneos se presten a olvidar convencionalismos y den rienda suelta a lo que revolotea sinceramente dentro de sus mentes.

El hecho es que recién ahí tomé conciencia, por primera vez, de lo importante que es que exista un alguien para escuchar lo que queremos decir. Acostumbrada como estaba a divagar, siempre afortunada de tener un oyente, me percaté de que no todos corremos con la suerte de compartir nuestra sensibilidad, de que a veces es tan fuerte nuestra necesidad de ternura y comprensión que podemos confundir con amor una sonrisa, dar más significado a la constante atención, recrear todo un mundo en un paseo por el parque.

El me enseño uno de los mensajes que más valoro en esta vida; con una inocencia que para mí fue reveladora me instruyó tan intensamente que nunca lo olvidé aunque jamás lo volví a ver. Ten valor de expresar lo que sientes, no importa si tu mensaje no es comprendido, dilo… se fiel a ti mismo porque cada palabra que salga de tu boca puede cambiar el destino de aquel que te escucha y recuerda que estamos en esta vida para compartir entrega de ti a los demás porque nunca sabrás lo valioso que puedes resultar ser en ese momento.
No somos realmente concientes de las consecuencias de nuestros actos, pero muchas veces hay personas que con un mínimo gesto de autenticidad lo cambian todo. El lo hizo para mí.

Canta

Canta,
el corazón jugoso
lleno de almíbar y ácido
volcándose en cada segundo
musicalmente en cada palabra muda.

Canta,
el pensamiento arremolinado
trazando círculos en el éter
humectando con sentido y sinsentido
a la razón.

Cantan,
los dedos golpeteando
unos con otros transmitiendo
la vibración, la vida
conmoviendo desde adentro.

Canta,
la sangre que fluye
que va y vuelve
cuando suena la música
nada la detiene.

Canta,
cuando la voz por fin es libre
todo ya forma parte de una historia
y el sentimiento es imparable
un segundo irrepetible, al que llamaré presente.